Que nadie duerma, de Juan José Millás

millasJuan José Millás ha hecho toda una carrera literaria (y periodística) de la observación inane. En un tono invariablemente ligero, que disfraza de juego irónico el reconocimiento de su propia intrascendencia, lleva cuatro décadas emborronando páginas con personajes simples, de vidas anodinas y pensamientos superficiales. Juan José Millás es a la literatura lo que el Avecrem a la gastronomía: inofensivo, fácil de digerir y carente del más mínimo valor nutritivo.

Eso no ha impedido, obviamente, que en el desierto de talento que es la literatura española se le hayan acabado concediendo todos los premios habituales, desde el «prestigioso» Premio Planeta hasta el Nacional de Narrativa e incluso alguno de, ejem ejem, «periodismo». Tampoco que nuestros críticos (tan amigos de sus amigos y tan buenos sirvientes de sus señores) hayan loado su supuesta inteligencia e inventiva, ambas sin duda superiores a las de ellos.

Su última novela lleva el título de una advertencia que debería abarcar toda su obra: ¡Que nadie se duerma! Y en ella se nos cuenta la historia de Lucía, uno de esos personajes «sencillos» y «cercanos» a los que se nos invita a mirar desde arriba, con la enorme condescendencia mezclada de sentimentalismo que les dedica su propio autor.

Lucía es una programadora gorda que acaba de quedarse en paro (¡!), y Millás, en un gesto característico, comienza la novela haciéndonos una enumeración detallada de los contenidos de la caja de cartón con la que abandona la oficina. Digo que es un gesto característico porque se supone original y revelador pero resulta en realidad enormemente rutinario; porque la lista es predecible y aburrida y porque incluye un cuaderno en el que Lucía «resuelve» algoritmos (claramente Millás no tiene ni idea de en qué consiste el trabajo de un programador), un bote de crema hidratante, una caja de tampones y calcetines de lana gruesos, todos elementos que pretenden despertar nuestra simpatía por este ser débil y supuestamente familiar del modo más burdo y rápido posible.

Cargada con la caja, Lucía decide tomar un taxi para regresar a casa, y el taxista resulta ser  otro antiguo programador que también se quedó en paro, pero que ahora es mucho más feliz imaginándose que atraviesa cada día una ciudad diferente. Programadores en paro y taxistas cándidos que revelan una vida interior de adolescente ensimismado: éste es el tipo de criaturas inverosímiles y caprichosas que pueblan el mundo de Millás. La crítica lo llama «imaginativo», pero es solamente arbitrario, pobre y perezoso, «mono» del modo manipulador y simplista en que los son las Amelies de este mundo.

Millás es un funcionario de la palabra. Un profesional chapucero y desmotivado que cada día emborrona las páginas imprescindibles para ganarse el pan. Quizás por ello todo lo que ha escrito en los últimos cuarenta años, novelas y artículos incluidos, no es nada más que prosa de relleno.

Cómo saber si eres un poeta de la generación del Tuenti

Tras la Generación del 98, con su disgusto por una España falsa y su actitud crítica frente a las políticas de la época, el europeísmo de la Generación del 14, y la precisión lingüística y metafórica de la Generación del 27, llega la Generación del Tuenti para hablar por fin de las cosas que sí importan. ¿Te preguntas si tú, poeta autopublicado en ciernes, perteneces a esta novísima vanguardia? Pues te lo ponemos fácil, si respondes afirmativamente en más de tres ocasiones, ¡felicidades! Muevetulengua, la editorial más querida del movimiento Tuenti, estará llamando a tu puerta (o a tu Instagram) en cuestión de días.

1. Te gustan otros poetas de la generación Tuenti. Para los no versados, véanse Elvira Sastre, Sara Buho, Loreto Sesma, Marwan, Defreds, Srtabebi, entre muchos otros (por desgracia). Los sigues en todas tus redes sociales para retroalimentaros de cursilería, falta de cosas que decir, y mucho asco.

2. Crees que escribir poemas consiste en expresar tus sentimientos más tiernos. Ohhhhhhh.

3. Antes de sentarte a escribir, buscas la foto de tu Instagram que irá con el poema. Decides qué filtro va mejor con tus palabras clave: Amor, húmedo, sueño.

4. Al menos un 80% de tus fotos en redes sociales son tuyas mirando al infinito con cara de pensar en poemas tiernos y blanditos. A veces también pones morritos.

5. Meter palabrotas en los poemas te parece lo más. Hay que innovar y si ya lo hacían en libros de los años treinta (que te suenan pero que no has leído), tú no vas a ser menos.

6. Hablas de lo mucho que follas (o que no follas si eres Marwan) a pesar de que a nadie le importe.

7. Si eres chica también hablas de la regla. Que se note bien el feminismo del bueno.

8. Imprimes tus poemas (o los de otros autores tan malos como tú) y les haces una foto junto a una flor o a un cigarro.

9. Te autopublicas con la esperanza de que venga el editor pesetero de toda la vida (Chus Visor te miro a ti) a que te edite, no por calidad, sino porque triunfas entre quinceañeras con más dinero que juicio.

10. Algunos de tus poemas podrían pasar por un eslogan de Ausonia.

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Esta ‘maravilla’ la ha traído al mundo Elvira Sastre, que nos ilumina con su sapiencia.

11.Les dices a todos tus amigos que eres poeta y que te compren tu fanzine. Cuando te haces famosillo tus amigos te empiezan a parecer de lo menos cool porque siguen viviendo en un pueblo de La Mancha profunda mientras que tú, cosmopolita donde los haya, te has mudado a la gran urbe y a veces vas de viaje a Londres y te compras libros de otros poetas igual de malos que tú, pero que escriben en inglés. Lo subes a Instagram y todos tus seguidores piensan que eres la pera limonera.

12. Si ganas concursos, los jueces dicen que una cualidad importante tuya es que tienes muchos seguidores en YouTube. (Si no se lo creen ustedes, enlace AQUÍ).

13. En los recitales, lees tus poemas bajito y con voz de orgasmo de señora cincuentona.

14. Tienes el mal gusto de poner tu careto en la portada de tus libros.

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Si has respondido afirmativamente en más de tres ocasiones, no cabe duda de que perteneces a la Generación del Tuenti. Enhorabuena. Ahora puedes mandarle tu manuscrito a Muevetulengua en hola@muevetulengua.com . Y no te olvides de adjuntarles tu nombre de Instagram y tu número de seguidores, es importante. De nada.

El día que se perdió el amor, de Javier Castillo

javiercastilloDe la mano de la lista de más vendidos de la FNAC, me ha llegado una primera línea gloriosa, a la altura del lugar de la Mancha de Cervantes, de las familias felices e infelices de Tolstoi o del peor y mejor de los tiempos de Dickens. Hela aquí, en pleno despliegue de toda su potencia poética:

Nueva York, 14 de diciembre de 2014

Eran las diez de la mañana del 14 de diciembre.

Ruego un minuto de meditación. Léase de nuevo la cita, muy despacio, saboreando cada sílaba. Désele vueltas en la mente y en la lengua.

Me entero, a poco de indagar, de que ésta es la segunda entrega de una trilogía, y corro raudo a buscar la primera línea de la novela anterior, que no decepciona:

24 de diciembre de 2013. Boston

Son las doce de la mañana del 24 de diciembre, falta un día para Navidad.

¡Falta un día para Navidad! ¡Ya sabía yo que eso de «24 de diciembre» me sonaba de algo!

Me he leído enteras las dos páginas que siguen a esas primeras líneas y me he encontrado uno de esos mundos pobres, implausibles y estrechos que suele encontrarse uno en las novelas inéditas o autopublicadas: personajes y diálogos que parecen sacados de un Mortadelo y Filemón sin humor, escenas que consiguen ser a un tiempo esterotípicas e implausibles, y la pobreza lingüística que por alguna razón acompaña siempre a la pobreza intelectual. Un muestra:

—¿Qué diablos le habéis puesto?

—Lo primero que hemos encontrado, jefe. Una camisa del agente Ramírez. Ya sabe, con la talla que tiene pensamos que la taparía entera. —Leonard sonrió.

—Consigue ropa de mujer. Un vestido, o una camiseta y unos jeans, pero no me jodáis vistiéndola así.

—Ahora mismo, inspector —dijo preocupado.

Etc.

Hay un aire reconocible en la literatura de las cloacas, en ese «lo peor de lo peor» que ni siquiera alcanza el grado de basura comercial y que suele quedarse a las puertas de la publicación. A mí me hacen pensar siempre en la habitación cerrada y pequeña de un chico adolescente: la falta de aire, el olor a fantasías febriles, a hormonas y semen seco.

Javier Castillo es uno de esos adolescentes y El día que se perdió el amor es una masturbación intelectual y pública. El sistema editorial español (corrupto, endogámico y corto de miras como el resto de nuestro capitalismo de amigotes) había funcionado por una vez y lo había condenado al anonimato. Pero Amazon le dio una plataforma, cien mil gilipollas lo auparon a la lista de más vendidos, y Suma de Letras (demostrando ser más de Sumas que de Letras) lo imprimió en papel.

El día que se perdió el amor es Internet demostrando su poder descomunal para los logros inanes o perversos.

Mi primer bikini, de Elena Medel

mi-primer-bikini-medelLa autora de este libro es una ¿poeta? a caballo entre la caspa de generaciones anteriores y el maravilloso mundo de los poetas de la generación Tuenti. Elena se desmarca un poco de escribir poemas cursis o quejicosos estilo post de Instagram, y se alza ligeramente por encima de lo que escribe cualquiera que publique en Muevetulengua, el bastión editorial de lo peorcito de España. Pero aunque Medel sea la tuerta del país de los ciegos, lo peor de personas como ella es que, a pesar de escribir obviedades autocompasivas (y cursis) con bastante poco talento, los jurados de diversos premios de poesía vieron que se ajustaba a la moda de turno. El caso es que acabaron por concederle el Loewe de Creación joven. Loewe ha metido unas bragas de algodón de mercadillo en su tienda de bolsos de dos mil y pico euros. Qué poco glamour.

Un poema ilustrativo del libro es «I will survive» y se puede leer AQUÍ, pero por si, queridos amigos, no tienen tiempo, o no quieren leer esta sarta de estupideces del auto-bombo depresivo puestas en «verso» por nuestra autora, les hago una recopilación de los greatest hits de nuestra Gloria Gaynor ibérica que es la gran Elena Medel:

Quiero volar y volar y volar como Campanilla

son minúsculos, y redondos, y azules,
azules o blancos, o azules y blancos,
y su boquita de piñón es invisible,
y para besarles introduzco a los pitufos
en mi boca, y para gozar de ellos
los trago

quizá sea una muñeca de trapo, me toman prestada,
sonrío con sus besos fríos color pitufo, color papá pitufo

no importa quién soy, quién soy realmente,
falo químico para mi sonrisa, quién soy ahora,
falo químico de colores para mi cabeza baja.

Con tanto azul pitufo uno ya no sabe si Elena Medel nos habla de antidepresivos o de empacho de viagra, pero es que, señoras y señores, todo puede ser en este desenfreno del verso que es «I will survive». Hacer poesía es, entre otras cosas, evocar imágenes, u ofrecer alguna visión del mundo que a ser posible no sea una copia cañí de algún poema de Anne Sexton. En cualquier caso, lo que narra Medel es una historia bastante ombliguista, una historia de autocompasión y posibles limpiezas de colon que no interesan a nadie. Y si a alguien le interesa, no es por el arte (que no tiene), es por el morbo. Mi parte favorita es el final. Supongo que la autora buscaba la apoteosis del exhibicionismo del abatimiento humano, pero yo solo me imagino a Gargamel haciéndole un striptease de los de despedida de soltera casposa a una Medel muy venida arriba.

El refrito de imágenes que mezclan personajes de Disney, una orgía pitufera como de ensueño, dos referencias vagunas a otras dos poetas igual de malas que ella pero con el glamour que da el pasado, un lenguaje poco original, y repeticiones vacías en la mayoría de los casos, causan al lector una indigestión por metáfora mal cocinada. «I will survive», vomitona emocional con tropezones de una vida.

 

Eva, de Arturo Pérez-Reverte

Hay gente un poco tonta que se queja del estilo de Reverte. A este humilde pelabarbas, sin embargo, le disgusta Reverte por todas las razones adecuadas: por esos protagonistas siempre idénticos, siempre muy atractivos y muy masculinos y de vuelta de todo, de pocas palabras y menos pensamientos, trasuntos todos del macho alfa que es la propia persona pública de su Autor; por las mujeres que los acompañan, atractivas también, faltaba más, y frecuentemente políglotas, fantasías masculinas de autor pajillero; por sus personajes secundarios, por su pueblo gracioso y noble y sus malos remalos y sus buenos de palo. Pero sobre todo por ese mundo simplista, de realidades crudas y verdades evidentes (sólo se requieren cojones para mirarlo de cara, ¡epistemología testicular!) que Reverte, a juzgar por sus artículos de opinión, toma por el mundo real. El mundo, para Reverte, es un lugar hostil diseñado para pasear su hombría. Algo así como la Castellana cuando pasa la Legión con la cabra, pero eso sí, en un día de mucho frío. De un frío cruel.

De entrada, Eva (primeras páginas, aquí) es más de lo mismo, otra versión castiza de una película americana de acción. Comienza con Falcó huyendo de un asesino en Lisboa (¿sobrevivirá a las primeras tres páginas? ¡Qué intriga!) con amplias muestras de prosa técnica y todas las poleas y palancas de la palabra al descubierto: que si tal cosa está a la izquierda, tal otra a sus espaldas, las escaleras van hacia abajo, la barandilla a un lado, la navaja va de derecha a izquierda, ¡qué mareo! Termina uno de leer la primera página sin aliento, pero no de la emoción, sino del trabajo, de tanto ir y venir, de tanta descripción de dirección de escena intercalada de analepsis explicativas. Tiene uno la sensación de que Reverte, más que para el lector, escribe para el director de la película.

Pero que no, que insisto, que aquí tenemos demasiado clase para quejarnos de su falta de estilo. Nos quejamos del machito.

Oculto tras una esquina, Falcó se dice:

No voy a morir esta noche […]. Tengo planes más atractivos: mujeres, cigarrillos, restaurantes. Cosas así. De modo que, puestos a ello, es mejor que mueran otros.

Qué duro, qué atractivo, qué viril.

—Venga, hijo de puta —faroleó Falcó—. Acércate un poco más… Vamos.

Faroleó. Fantasmeó. ¿Sabe Reverte que el fantasma no es el personaje?

El perseguidor muere de un tajo en la garganta asestado con una cuchilla de afeitar (Gillette, precisa Reverte, detalle por lo visto imprescindible) y eso a un servidor, evidentemente, le gusta mucho. Pero aún así tiene que declinar seguir leyendo. Porque aunque Reverte es mejor que la media basuril de la lista de más vendidos, esta película simplona de Hollywood de los 50 ya la ha visto, mejor hecha, en su versión original.

Patria, de Fernando Aramburu

El último Premio Nacional de Narrativa cuenta la historia de un empresario muy amigo de sus amigos, muy bueno muy bueno, muy sencillo y mu majo, un hombre hecho a sí mismo que da trabajo de calidad a muchos obreritos en su pueblo natal. Un mal día lo asesina ETA por negarse a pagar un chantaje, y su asesino resulta ser el hijo de un buen amigo, un joven frustrado y poco comunicativo que trae a sus papis por la calle de la amargura. En un giro misterioso, todo el pueblo se vuelve de pronto contra la víctima: sin que medien declaraciones políticas de ningún tipo, el personaje pasa de ser un afable pequeño empresario que habita un cómodo terreno neutral, a atraer sobre sí y sobre su familia un ostracismo aterrador. Psicológicamente poco plausible, ¡pero quién entiende a las masas, amiguitos, y mucho menos si son vascas!

Yo no voy a quejarme, como ha hecho alguna gente muy baja, de la política de esta novela. Uno es un simple barbero con gusto por apurar sus afeitados, un ser, digamos, más bien amoral, y no se mete en si esto es o no es propaganda españolista. A mí en las obras lo único que me interesa es la ejecución, si me permiten la gracieta, y mi problema es que la ejecución de este Premio Nacional de Narrativa es más bien torpe.

No me refiero sólo, por desgracia, a la torpeza estilística: incluso me gusta a ratos su dejadez, el sonido local del norte, seco, inculto y sin gracia, o las elipsis con las que despacha muchas de las enojosas convenciones del realismo. Es verdad que con la excusa de seguirle el hilo a personajes vulgares, acaba volviéndose vulgar toda la obra, pero ése, repito, no es mi problema.

Mi problema es la falta de matices, lo grosero del trazo: ¿No podría el buen empresario, amigo de sus amigos, sencillo y trabajador, ser un poco menos sencillo y un poco más interesante? ¿Qué tal si se hubiera tratado, por ejemplo, de un concejal del PP o de un periodista del ABC? ¿De alguien menos diseñado para concitar las simpatías inmediatas de lectores de todos los colores? ¿Qué tal si el joven etarra, como los terroristas de Dostoyevsky, defendiera sus acciones un poco mejor? Que sí, que la cuadrilla, que el entorno, que el matriarcado, pero eso no se da sin un aparato conceptual y una mitología creíbles. Que por cierto, siguen bien vivas en Euskadi.

Se está celebrando esta novela como un triunfo de realismo y sutileza, y no es de extrañar dado el cuento para idiotas que ha sido el relato vasco en España durante décadas. Pero aún así le falta sutileza y le sobra simplismo, aún así no está a la altura de la complejidad del problema, ni desvela ni un décima parte de las mentiras que sus protagonistas todavía se cuentan a sí mismos.

Aquí, entre barba y barba, seguimos esperando al narrador que haga justicia al «conflicto». Aramburu no lo es, al menos de momento.

Los cinco libros de poesía que NO deberías regalar y por qué

55. Amor y asco de @srtabebi

En fin, qué decir de este personaje. No es escritora, no es poeta, no sabe contar historias. Frases muy de Instagram, que supongo que es para lo que la gente que compra este tipo de basuras lee poesía. ‘Yo, fuego. / Tú, hielo. / Y en cambio: / Tú, me tocas y ardiendo.’ Ok. Srtabebi tampoco ha prestado atención en clase. No sabe que no se pone coma entre sujeto y predicado. Una defensa sería aducir que esa coma está ahí por cuestiones de ritmo. Pero es que el poema no lo tiene. El libro tampoco. Qué sopor.

4. Primero de poeta de Patricia Benito

Patricia NO APROBÓ primero de poeta pero aún así tuvo la valentía y la poca vergüenza de publicar su libro. De verdad. Lo que más sorprende es que el poema que más promocionen sea ‘Vive, joder. Vive / Y si algo no te gusta, cámbialo. / Y si algo te da miedo, supéralo. / Y si algo te enamora, agárralo.’ Otra escritora de autoayuda wannabe. NEXT.

3. La ataraxia del corazón de Sara Buho

Ante ustedes, lo inane: ‘Una mañana me miré al espejo / y con la venda de los ojos me hice un lazo en el pelo; / ahora estoy más guapa y menos ciega.’ Sara pertenece, de todas maneras, a la corriente dentro de esta generación de poetas Tuenti que se enfoca en decir ñoñadas que puedan quedar bonitas impresas en una agenda rosa pastel. Pero no va más allá.

2. Mi chica revolucionaria de Diego Ojeda.

Cosas que no le importan a nadie que he aprendido de Diego Ojeda en este libro: le gusta ‘leer poemas en pelotas después de correr[se] con su novia’. Diego odia a ‘España/ y a los banqueros / y a las compañías telefónicas / … / y a los obispos / y a los pedófilos.’ A parte de ser muy informativo, muy de vídeo presentación de concursante de Gandía Shore versión hipster: ‘Mis aficiones son leer (poesía en bolas) y me gusta también odiar a obispos, banqueros y pedófilos.’ Pero no le pregunten ustedes por qué, porque Diego no lo sabe. Luego este señor nos cuenta, pero haciendo el paripé estilo llamada íntima a la novia, que la echa de menos, y concluye con ‘que voy a masturbarme pensando en nosotros / y voy a despedir a mi psicóloga / para huir contigo.’ Qué guay es ir al psicólogo, qué guay es tocarse pensando en la novia imaginaria. Qué duro es mantener las apariencias en el siglo XXI.

1. 317 kilómetros y dos salidas de emergencia de Loreto Sesma

Menudo poema el que abre el libro. De malo, digo. ‘Anoche soñé contigo / como llevo soñando todas las noches desde que te conozco / incluso aquellas que duermo contigo.’ Eso es lo que abre el libro, se lo juro. Le sigue, como es natural, la misma basura: ‘te dejaste llevar / como se deja llevar una hoja por el viento.’ A la persona que ha escrito esto le han concedido el premio Ciudad de Melilla. Dieciocho mil eurazos por un poema igual de malo que el que cito arriba. ¿De verdad esto es bueno? Ya se lo adelanto, no. No es bueno porque es una obviedad. No es bueno porque el libro va de esta señorita ennoviándose con uno, pero lo que cuenta no transciende en modo alguno. A nadie le interesa tu relación, Loreto Sesma, porque tu vida no es interesante. Y si a alguien le interesa tu libro es puro cotilleo más que interés poético. Una Anne Sexton de Zaragoza. Qué poco glamour.

La triste historia de tu cuerpo sobre el mío, de Marwan

marwamYo conozco muchas historias más tristes que las que Marwan semicuenta en su pseudolibro. Por ejemplo, la triste historia de tener que leer más de dos poemas seguidos de este señor para hacer esta reseña. Tengo los ojos resecos. La piel escamada. Hasta me gotea un poco la nariz del trauma. En fin, es que el libro da alergia y asco.

Uno de los poemas que más delito tiene (puedes leerlo AQUÍ) es ‘Hay mujeres’, que tiene incluso un tufillo machista, sorprendente viniendo de una persona tan progreguay como es Marwan. ‘Hay mujeres que me gustan para quererlas / otras que me gustan para follar.’ Dí que sí. No me sorprende tampoco el hecho de que dice que quiere mujeres ‘que [le] escuchen’, en ningún momento menciona escuchar él. Tócame a mí que yo no te toco. Claro.

En cualquier caso, éste es otro de esos poemas que cree que la repetición automáticamente lo eleva a la categoría de literatura buena, de la del canon. En realidad es lo mismo de siempre pero con otro envoltorio, la marca blanca del entretenimiento actual. Antes lo que se llevaba en el mundo teen era ponerse muy triste con canciones de el grupo pop español más chungo del momento. Marwan cumple el mismo efecto pero sin los gorgoritos del cantante de turno. Aún así tiene el valor de autoproclamarse poeta. Puede que sea entretenedor, payaso de circo mediático, influencer de nenas. Pero no poeta, por mucho que él diga.

Lo que no veo en el poema es un texto que vaya más allá de los clichés (París y el amor, ¿de verdad?). Este verso es de lo peorcito del poema entero: ‘Otras [mujeres] me gustan para follar / y viajar a París por unas horas entre sus piernas.’ El hacer poesía, entre otras cosas, es crear imágenes. Lo que yo me imagino con este verso es a Marwan con los pantalones bajados en un vagón de tren. Un culo peludo. Poesía en estado puro.

Pero el último verso es el culmen de lo inane, el no decir nada, una suerte de lista de la compra historiada, un juntapalabrismo con una especie de gran final, el golpe de efecto, la revelación epifánica que se supone que lo cambia todo, pero que en realidad solo es un ‘Pero tú, amor / tú me gustas para todo’. Marwan, el mujeriego, el follarín, el que tiene mujeres mil para hablar ‘de sentimientos o de ropa’, acaba el poema haciéndole pucheritos a su novia imaginaria. Menudo plan.

El fuego invisible, de Javier Sierra

el-fuego-invisibleTodos los años el Imperio Planeta le regala medio millón de euros a un veterano de la casa, y todos los años los medios se hacen eco del «prestigioso premio» sin siquiera vomitarse un poquito en la boca (¡eso es profesionalidad!). El Imperio monta un guateque en el que arropa al autor agraciado con la crème de la corrupción política, periodística y cultural de España, y todos juntitos celebran alegremente que, loado sea Dios, éste sigue siendo un país de caspa y pandereta.

Este año el afortunado ha sido Javier Sierra. Tocaba. El libro, al final, es lo de menos en estos casos, pero como uno es así de puntilloso, no he podido evitar echarle una ojeada. Con título a lo Dolores Redondo y portada a lo Código Da Vinci, hay que reconocer la honestidad de sinvergüenza de la Santa Editorial: aquí, nos están diciendo, no hay de original ni una sola coma.

Escena primera: diálogo expositivo entre señora mayor y protagonista/narrador. La señora mayor quiere que el protagonista, doctorando en el Trinity College de Dublín (porque Oxford está muy visto) vaya a Madrid y le consiga… ¡un rarísimo ejemplar de un libro de 1663! ¡El misterio está servido! ¡Qué emocionante!

Durante la conversación, el narrador se deja describir para nosotros como «inteligente», «competitivo», «brillante»: «Lo mismo te he visto escalar montañas que arrollar a tus adversarios en los debates de la Philosophical Society», le dice la señora mientras él (esto me lo imagino yo) experimenta una erección pequeñita. Yo, por descontado, me rindo de admiración mientras leo: ¡qué chico tan capacitado! ¡Qué atlético, guapo e intrépido! Es un poco extraño que no haga más que repetirle a la señora ésa cosas que ella sabe mejor que él, y un poco desconsiderado que, para más oprobio, lo haga comenzando la frase con: «Como tú sabes mejor que yo…” También me preocupa su hipersensibilidad, porque en el transcurso de una conversación tan simple y anodina, siente una «punzada en el estómago», se le «revuelve algo por dentro», se queda sin habla, etc. ¡Pero qué no le perdonaremos a un chico que (nos dicen) es tan encantador! ¡Y pensar que el pobre está soltero! Sin haber pasado de la página 5, no me cabe duda de que conocerá a alguna bella dama antes de la página 30. ¡Él se lo merece!

Me imagino a Javier Sierra sentado en su cama con un batín rojo de seda contando su dinero y riéndose para sí. O mejor, me lo imagino riéndose en la entrega del premio, junto a José Lara, entre el ministro de cultura y el director de la Sexta o el de La Razón (ambas del grupo Planeta). Todos ríen. A carcajadas. Qué gran carcajada nacional, amigos, qué risa todo, qué alegría. Ay, qué felicidad.

Historias de un náufrago hipocondriaco, de Defreds

No me queda claro si Historias de un náufrago hipocondriaco es poesía, prosa poética… ¿Autoayuda? Tras pensar un poco sobre si era realmente necesario gastar tanto papel para publicar una especie de actualización de red social con florituras, me decido a catalogar el ‘regalito’ de Defreds en la categoría de autoayuda casposa: ‘nunca dejes de lado absolutamente todo lo que tienes por alguien’ o ‘No dejes amistades ni familia de lado’ son algunas de las grandes máximas vitales que el autor nos ofrece. Gracias Defreds, me has abierto los ojos, mi vida es otra desde que leo tus obviedades.

Me imagino estos consejos escritos en las páginas de alguna revista adolescente. Concretamente entre ‘Test: Cómo saber si le gustas’ y ’15 trucos para causar buena impresión en una primera cita’.

Pero dejando esta caspa de lado, el libro, y el poema que cito arriba, ‘Cenizas’ (lo tienes entero, para tu desgracia, AQUÍ), en concreto, son un ejercicio de confusión de símbolo y metáfora que no llevan más que a gastar el tiempo del que lo lee. Ahorráoslo. De verdad. Defreds primero equipara el amor con el fuego, no es una metáfora original pero podría funcionar. Luego cambia de opinión y dice que ‘todo puede girar como un grifo sin agua’. Reconozco que girar la manija del grifo y que no salga agua puede catalogarse de tragedia, pero igual es estirarlo demasiado. Luego Defreds vuelve al fuego en su siguiente ¿frase?: ‘Girar tu mundo sin avisar y dejarlo en llamas’ y finaliza con ‘y quizá no quede nadie para ayudarte a apagar del todo las cenizas.’ Claro, porque a Defreds le habían cortado el suministro del agua. Pobre. Al poema se le puede tachar de muchas cosas, de ñoño, de falto de ritmo, incluso de no ser un poema sino un tuit muy largo, pero no de incoherente. Sin agua del grifo no se apaga el fuego, eso lo sabemos todos.

Ahora dudo. Tampoco puedo llamar a este texto autoayuda, aunque fuera de la más burda, si ni si quiera parece querer ayudar a nadie. Defreds sin embargo parece querer compartir con el lector su trauma ante un corte de agua. Tampoco lo consigue.